Para mí, la gente vieja es es una asignatura.
Manolo ha pasado toda su vida en Pola de Allande, situado en el suroccidente asturiano. Creció en una familia de seis hermanos, y tras la temprana muerte de su padre, asumió responsabilidades familiares, trabajando en la tienda que regentaban. Manolo trabajó más de 50 años en «El Redondo», un espacio que no solo fue su sustento, sino también un lugar de encuentro donde escuchó y conoció a las personas que daban vida al concejo. «Conocer a la gente es casi como una asignatura», dice Manolo, mientras recuerda con respeto y cariño la sabiduría de los mayores.
Habla con nostalgia de los tiempos en que las nevadas cubrían las calles y la comunidad se unía para abrir camino. Hoy, las cosas cambiaron mucho: el mercado de ganado apenas existe, y las huertas, en su mayoría, han sido abandonadas. Sin embargo, sigue viviendo con un pie en la tradición, manteniendo el respeto por la naturaleza y los ritmos del campo. Cree firmemente en la importancia de preservar lo auténtico. «La gente que no tiene pueblo no es feliz», dice, invitando a las nuevas generaciones a reconectar con lo que él considera la verdadera esencia de la vida rural.